Raul A. Mendez
“... Las fiestas más suyas, contactadas con la tradición, se llevan a cabo en sus patios ceremoniales, donde el lugar representa el cielo y la hoguera central el sol. No otra cosa sino un espacio norte donde el lado correspondiente al oriente existe un jacal de techo de paja sostenido en desván sobre cuatro postes, y cuyos costados más angostos miran al este y al oeste. En su interior se halla un altar, simple tendido de varas o tapexte, que descansa en un bastidor formado por cuatro horquetas verticales. Es allí donde se colocan la comida que se toma en las danzas y otros muchos objetos para la ceremonia, colgados también del techo del jacal.
El patio familiar pertenece a una serie de familias emparentadas por el apellido paterno. El jefe del patio, llamado kukan, es el tepehuano entre ellos de mayor ascendencia y respeto. Una vez al año convoca obligadamente a la reunión, más las otras si las circunstancias familiares así lo exigen. El mitote, aún en estos casos, supone una importante circulación social. El compadrazgo perdura, y cada tepehuán tiene al menos veinte compadres, amigos en un pacto o personas que han llevado a bautizar a los hijos.
El patio mayor resulta comunal: su jefe es el notaste, quien para las grandes ceremonias es buscado y traído por los abanderados y un tambor, cajer o tambore, mismos que lo escoltan con gran reverencia. Como constituye la pieza clave de la cultura tepehuana, buena cuenta se da de las acechanzas que persiguen al mitote, desprovisto ya de ciertos ingredientes. Ejecuta la prolongada oración ritual en el centro del mundo -así es considerado el patio- y compromete a la comunidad para que aparezcan las lluvias. Mientras los hombres rezan y confiesan sus culpas, las familias que llegan arrojan una rama verde sobre los dos montones que hay, uno destinado a las mujeres y otro al sexo masculino. Comienza el reunido de las ofrendas de pinole y las mancuernas de mazorcas. En dos cañas situadas junto a los horcones fronteros del tapexte, las mujeres atan un hilo con plumas, una por cada miembro de la familia, para el término del mitote llevar las cañas al cerro del Alacrán. Hay acarreo de leña por cuatro días, en que todo lo hecho un días es calca de lo anterior. El venado, casi extinguido, es suplido en la caza por la entrega y el sacrificio de un toro. El rito de purificación tiene lugar. Todos los tepehuanes, sentados y en filas compactas, son envueltos por un cordón negro que los ata a la región subterránea de los muertos, y por un cordón blanco que los une a las regiones elevadas de los dioses. Una red mágica es tendida así por la mano del más grande chamán. En tanto los tepehuanes están encadenados a la tierra, el chamán mismo inicia una enérgica danza. En tanto los tepehuanes están encadenados a la tierra, el chamán mismo inicia una enérgica danza, sin dejar de fumar su pipa, y va limpiando los pecados, el maleficio de la muerte y el tapexte: toda impureza queda al borde del patio. Ya anochecido, el grupo de amarrados es liberado. Se extinguen las fogatas. En el tapexte es curada el alma de un pecador; una única veladora encendida allí mantiene la luz mortecina; libertada aquella de todo mal, el chamán desaparece y las fogatas son reencendidas. La danza surge como por encanto: encabezada por el gobernador y el notaste, forma un conglomerado de hombres, y otro de mujeres, éste presidido por la Tu’adam, muerta recién corrida. Todos avanzan y retroceden frente al tapexte; después lo hacen frente a la hoguera. La danza se anima al compás de una flauta de carrizo, un viejo tambor y un sonido de arco. Las parejas, tomadas de la mano, bailan vigorosamente:
“Los hombres y mujeres que bailaban, hacían mucho ruido al golpear el suelo con la planta de los pies, moviéndose en doble columna alrededor del fuego y del sacerdote, y avanzando en dirección opuesta al movimiento del sol, los hombres delante y las mujeres en su seguimiento. Noté que el bailar de las mujeres eran un poco diferente del de los hombres, en cuanto a que se levantaban sobre las puntas de los pies en cada paso. A veces deteníanse repentinamente las columnas y ejecutaban los mismos movimientos hacia atrás por un momento, dando los mismos saltos, y a los pocos segundos proseguían adelante. Todos esos movimientos son dirigidos por el jefe, que es quien baila primero”. (1)
La danza antiquísima imita el movimiento circular del sol, relata la primera cacería del venado primordial, y se une a un rito de propiciación de las lluvias. El día florea, se abre como una corola. Más y más brincos, saltos, piruetas en seguimiento de las banderas:
“En la creciente claridad revuelan las faldas de color de las mujeres y se escuchan rítmicas las fuertes pisadas de los hombres. Los danzantes avanzan y retroceden cinco veces, se deja de sonar el arco y todos se inmovilizan. El bule, el arco y los palillos del cantador van al tapexte; el notaste descuelga los bastones de las autoridades y se los entrega de acuerdo a la etiqueta. Concluye el tiempo sagrado y se reanuda el tiempo profano...” (2)
Los mensajeros que llevan las cañas cubiertas de plumas al santuario escalan velozmente la pendiente del cerro del Alacrán. Las autoridades se dirigen a la iglesia, salen al patio mayor y allí comen:
“Comenzó en seguida el festín, a cuyo efecto tomóse el pinole y maíz tostado depositados en el altar, comiendo primeramente de ellos el anfitrión y su mujer. Quebrantando de esta manera el ayuno, sentáronse todos y a cada quien se le sirvió, en plato de barro o en jícara, una pequeña rebanada de carne de venado en barbacoa, con un puñado de maíz tostado, esquite; una gorda de pinole con frijoles; cuatro tamales y un almodrote de carne de venado y maíz molido, cocidos juntos, a lo que se llama sencillamente chuina...” (3)
La música usada en los mitotes para acompañar la danza, puede constar de violín, pero más frecuentemente de arco, la flauta de carrizo de tres agujeros y el tahuitol, que suena como tambora. El arco, el más usado, consiste en una gran calabaza redonda y hueca, con un arco de inusitado tamaño puesto encima. El que lo toca lo detiene por medio de un barrote en que apoya el pie derecho y con dos palitos o palillos hiere la cuerda, siguiendo un ritmo compuesto de un toque largo y dos cortos...”
Citas Bibliográficas:
(1) Carl Lumholtz. El México desconocido, tomo I, p. 464. México. 1986.
(2) Fernando Benitez. Los indios de México, Tomo 5, el gran tiempo, p. 108. México. 1980
(3) Carl Lumholtz. Op. Cit., tomo I, p. 466. México, 1986.
Cárdenas de la Peña, Enrique
Sobre las Nubes del Nayar, SCT-Gob. del Edo. de Nayarit
México, 1988.